Allí me la encontré en una tarde de otoño. Creía haberla visto antes, comprando flores en aquel puesto.
En ese día, el sol estallaba en un resplandor azulado que iluminaba las nubes como una vela, sus destellos rebotaban en la piedra y le daban vida a todo por un momento. Y en esos momentos de plegaria, sus muertos regresaban a la tierra.
Ella era morena, muy joven, con sus ojos verdosos y sus fantasmas...ojos de cuencas vacías que viajaban en silencio...
Su esperanza, perdida en campos de batalla, sueños ya enterrados en otro mundo...
Antaño hubo de pasar noches tras los alambres de espino, ahora las cadenas de la fe no le dejan ser libre. De rodillas llorando y suplicando; la viuda blanca y negra encadenada a una vida de constante tortura...estigma del muerto. Lagrimas secas en días de incertidumbre...la viuda del soldado no rogaba, condenada al recuerdo y quizás no podía dejar de hacerlo.
Él también había llorado, por la imposibilidad de soportar tremendo horror.
En esa esfera, la esencia en el aire trasportaba su amor...
Mecía las flores en su regazo, a modo de recién nacido. Un ente con vida propia, propio aliento, al que la iglesia administra su corazón. Levantando en su pila bautismal el humo de su propia tortura, de su eterna condena. Cubriéndose con el manto, retiro clandestino a la oscuridad...
Aquellos tanques no pudieron detener a la sombra, el fósforo podía reducir la piedra a cenizas...al encontrarlo, se habían abierto las venas, pero su corazón aún sigue latiendo...
Los verdugos no respondieron ante nadie... Barricadas indestructibles del silencio más resignado...
El mundo aguarda a que la muerte de los cobardes nos acorrale, nos llene de hambre y frío. El corazón me duele tan siquiera de pensarlo; aunque no soy cobarde, me siento como tal.
Ahora hay otras guerras, más muertos, más viudas... Los crímenes de guerra no prescriben, la que se estremece es la viuda...
.....la guerra cambia el tono de algunos cuentos
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